martes, 10 de febrero de 2009

Reseña Azúa

Cuando un autor encuentra su estilo va a intentar abarcar el mundo. Félix de Azúa, tras la consolidación que le dieron sus novelas anteriores, va a seguir reconstruyendo su mundo literario muy cercano al presente de España y a la formación de su identidad nacional.
Identidad nacional entendida como un viaje colectivo en el cual lo decisivamente importante no se debe a la potencia de un gran discurso político, sino a la voz cotidiana que enfrenta a los personajes corrientes consigo mismos y con los demás.
Por ello primará más en este autor una sensación de farsa personal a nivel de personaje, omitiendo el tono trágico o desesperanzado, pese a que la temática de esta obra en concreto sea algo descorazonadora, gris e incierta.
En la novela Demasiadas Preguntas, viajamos por un Madrid algo kafkiano, en el que el escenario de lo oficial se hace ominosamente presente -comisaría, juzgado, palacio ministerial, universidad.
De esta forma, abre espacio inocentemente el autor para la política como actante en la novela, un personaje que configurará el adversario sin rostro ni cuerpo de una aventura totalmente posmoderna: encontrar al hijo adoptivo de Dámaso Medina, catedrático de Filología.
Éste irá acompañado en su aventura de su hija Dalila y de su buen amigo Silvestre Gómez. Mediante estos dos personajes introduce Félix de Azúa dos antagonistas de Dámaso, cercanos y queridos para él, pero a la vez distantes y rebeldes.
Dalila por un lado y siempre formando una unidad ideológica con el silente Ferrucho (el hijo adoptivo y perdido) representa el desprecio más encarnizado hacia el concepto de lo social legado por Dámaso, la vida al margen de cualquier convención y sobre todo el silencio: un silencio autosuficiente y acusador. Esta condición queda reforzada cuando se menciona a un “tercer” hijo de Dámaso, David, que siempre tuvo un cierto éxito y al que se le puede considerar hombre de acción.

Silvestre, por otro lado representa al fiel amigo con el que la verdadera personalidad de Dámaso es capaz de aflorar. Silvestre admira la inteligencia de su amigo, aunque no aprueba ninguna de sus “inacciones”.
Respecto al cautiverio de Ferrucho, cabe señalar que no tiene motivos políticos, sino todo lo contrario. Ferrucho desdeña el sistema de creencias y la herencia social recibida, contestando con el arma del silencio, que es lo único que tiene que esgrimir ante su situación vital.
Y con este conjunto de elementos, la novela discurre a través de cinco días de leves movimientos en los que el trío formado por Dámaso, Silvestre y Dalila van recorriendo el Madrid antes descrito en busca de Ferrucho.
Dejando de lado el intimismo y permitiendo aflorar lo humanamente caricaturizable de los personajes, la novela va girando alrededor de ellos sin patetismo alguno, a pesar de que cierto aire patético les roza en todo momento.

La razón a esto seguramente sea la depuración de estilo que un hombre de la talla de Azúa es capaz de imprimir al ritmo narrativo. Sin profundas introspecciones, sabe dibujar el carácter más inmediato de los personajes con los que trabaja, y esto pasa inadvertido en una primera lectura, lo que es de considerar. A pesar de lo cual, no renuncia el autor catalán a dar paso, cuando así lo considera oportuno y sobre todo a raíz de Dámaso, a incurrir en debates filosóficos de cierto calado.

Queda así en manos del lector un libro sugerente, lleno de referencias y guiños implícitos que nos transmiten un contexto histórico detallado a través de una historia sencilla pero detalladamente dibujada.

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